Son las diez de la mañana (Celaya, 1953)


Son las diez de la mañana
He desayunado con jugo de naranja,
me he vestido de blanco
y me he ido a pasear y a no hacer nada,
hablando por hablar,
pensando sin pensar, feliz, salvado.

Qué revuelo de alegría,
hola, tamarindo,
¿qué te traes hoy con la brisa?
Hola, jilguerillo,
buenos días, buenos días,´
anuncia con tu canto qué sencilla es la dicha.

Respiro despacito, muy despacio,
pensando con delicia lo que hago,
sintiéndome vivaz en cada fibra,
en la célula explosiva,
en el extremo del más leve cabello.
Buenos días, buenos días!

(...)

Estoy entre los árboles mirando
la mañana, la dicha, la increíble evidencia.
¿Dónde está su secreto?
Totalidad hermosa!
Por los otros, en otros, para todos, vacío,
sonrío suspensivo.

Me avergüenza pensar cuánto he mimado
mis penas personales, mi vida de fantasma,
mi terco corazón sobresaltado,
cuando miro esta gloria breve y pura, presente.
Hoy quiero ser un canto,
un canto levantado más allá de mí mismo.

Cómo tiemblan las hojas pequeñitas y nuevas,
las hojitas verdes, las hojitas locas!
De una a una se cuentan
un secreto que luego será amplitud de fronda.
Nadie es nadie: un murmullo
corre de boca en boca.

(..) Comprended lo que digo si digo buenos días.


Gabriel Celaya lo escribió en 1953  

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